viernes, 6 de mayo de 2016

Amor de madre, remedio para el corazón



Todo cambia cuando en nuestro vientre comienza a latir una nueva vida, de eso no caben dudas. Cada movimiento nos ofrece grandes razones para enfrentar la existencia de un modo diferente, aunque ello implique desvelos, preocupaciones y alguna que otra lágrima. Ser madre requiere volverse más ingeniosa, responsable y divertida porque sostener a un hijo en brazos desde que irrumpe el primer llanto, hasta que deciden trazar sus propias rutas es la más complicada y exquisita de las obras.

Atrás quedan las mañanas de sueño, las fiestas y la independencia de la juventud para asumir una gran responsabilidad, sin embargo es difícil que alguien se lamente por ello, al menos si cultiva en su interior el amor más grande del mundo, ese que coquetea y armoniza con la complicidad que se genera entre la madre y su pequeño en el momento de la lactancia. Para ese entonces no hacen falta las palabras, pues con una tierna mirada todo está dicho y el agradecimiento es mutuo.


Qué mejor vivencia para una mujer que contemplar a su hijo o hija el día que marcha por primera vez a su escuela, el inicio de un extenso y fructífero camino. Así le veremos convertirse en profesionales capaces de transformar la sociedad. Es cuando el pecho palpita con una emoción inexplicable, porque a fin de cuentas somos partícipes de esa obra. Las madres nunca duermen a plenitud, aun cuando sus hijos ya se han multiplicado y esa operación matemática conduce a tener nietos y nietas. En la propia medida que crecen los amores y cariños, aumentan los deseos de sobreprotegerles para que nada ni nadie puedan dañarles.

Tener una madre es también un regalo de la vida, mas allá de que se manifiesten, y exageradamente sobre protectoras, pues sin ellas nada tiene sentido. Es grato y placentero tenerlas a nuestro lado en cada altibajo, en las victorias y en las derrotas, pues no hay mejor medicina para el alma que sus besos, caricias, abrazos y regaños cuando son inevitables.

Aun no conozco un dolor que no pueda calmar una madre con sus cuidos y ternura. El paso por la vida les permite a ellas volverse antinflamatorias, analgésicas, antibióticas sin necesidad de ser procesadas en un laboratorio, porque es parte de su ser mostrarse así cuando deciden ser más que una.

Y es que cuando dudamos de nuestra capacidad para actuar como tal los frutos nos muestran el camino a seguir para no equivocarnos y vencer las más adversas complicaciones y si están presentes las abuelas la obra se torna más completa porque las dosis de sabiduría acumuladas perfeccionan la crianza y nos ayuda a madurar en el camino, en medio de centenares de paños, biberones, teteros y la inconfundible aroma que desprende la piel de cada bebé.

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