Todo cambia cuando en nuestro vientre comienza a latir una nueva vida,
de eso no caben dudas. Cada movimiento nos ofrece grandes razones para
enfrentar la existencia de un modo diferente, aunque ello implique desvelos,
preocupaciones y alguna que otra lágrima. Ser madre requiere volverse más ingeniosa,
responsable y divertida porque sostener a un hijo en brazos desde que irrumpe
el primer llanto, hasta que deciden trazar sus propias rutas es la más
complicada y exquisita de las obras.
Atrás quedan las mañanas de sueño, las fiestas y la independencia de
la juventud para asumir una gran responsabilidad, sin embargo es difícil que
alguien se lamente por ello, al menos si cultiva en su interior el amor más
grande del mundo, ese que coquetea y armoniza con la complicidad que se genera
entre la madre y su pequeño en el momento de la lactancia. Para ese entonces no
hacen falta las palabras, pues con una tierna mirada todo está dicho y el
agradecimiento es mutuo.
Qué mejor vivencia para una mujer que contemplar a su hijo o hija el
día que marcha por primera vez a su escuela, el inicio de un extenso y
fructífero camino. Así le veremos convertirse en profesionales capaces de
transformar la sociedad. Es cuando el pecho palpita con una emoción
inexplicable, porque a fin de cuentas somos partícipes de esa obra. Las madres
nunca duermen a plenitud, aun cuando sus hijos ya se han multiplicado y esa
operación matemática conduce a tener nietos y nietas. En la propia medida que
crecen los amores y cariños, aumentan los deseos de sobreprotegerles para que
nada ni nadie puedan dañarles.
Tener una madre es también un regalo de la vida, mas allá de que se
manifiesten, y exageradamente sobre protectoras, pues sin ellas nada tiene
sentido. Es grato y placentero tenerlas a nuestro lado en cada altibajo, en las
victorias y en las derrotas, pues no hay mejor medicina para el alma que sus
besos, caricias, abrazos y regaños cuando son inevitables.
Aun no conozco un dolor que no pueda calmar una madre con sus cuidos y
ternura. El paso por la vida les permite a ellas volverse antinflamatorias,
analgésicas, antibióticas sin necesidad de ser procesadas en un laboratorio,
porque es parte de su ser mostrarse así cuando deciden ser más que una.
Y es que cuando dudamos de nuestra capacidad para actuar como tal los
frutos nos muestran el camino a seguir para no equivocarnos y vencer las más
adversas complicaciones y si están presentes las abuelas la obra se torna más
completa porque las dosis de sabiduría acumuladas perfeccionan la crianza y nos
ayuda a madurar en el camino, en medio de centenares de paños, biberones,
teteros y la inconfundible aroma que desprende la piel de cada bebé.
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