En unos meses ya tenía todo listo para ir a Ecuador, para, entre otras
cosas, conocer la Cordillera
de los Andes y, claro está, traer algo de ropa para la familia, los amigos e
“invertir”, la mejor parte para ella, mas no para quien debe pagarle en dos
partes un jeans de 30 CUC o una blusa de 15.
Fascinada por el logro de su sueño llegó a Quito, y emprendió sus
andanzas de más de una semana. Era diciembre y no dejaba de asombrarse por los
adornos navideños, la decoración de casas, tiendas y lugares públicos, los
cuales nada tenían que ver con su reducido árbol de navidad que cada año
recicla para situarlo en la mesita de la sala.
Se sentía la mujer más afortunada del planeta al lucir un abrigo bien
pomposo, bufanda, guantillas y gorro tejido, “que más podía pedirle a la vida”,
pensaba ella. No dejaba de tomarse fotos y comprar algún que otro souvenir para
traerlos de recuerdo. Le hacía más feliz aun, la idea de poder contarme a mí y
a sus otras amigas todas las aventuras acaecidas en la tierra donde se localiza
el punto cero.