Todo cambia cuando en nuestro vientre comienza a latir una nueva vida,
de eso no caben dudas. Cada movimiento nos ofrece grandes razones para
enfrentar la existencia de un modo diferente, aunque ello implique desvelos,
preocupaciones y alguna que otra lágrima. Ser madre requiere volverse más ingeniosa,
responsable y divertida porque sostener a un hijo en brazos desde que irrumpe
el primer llanto, hasta que deciden trazar sus propias rutas es la más
complicada y exquisita de las obras.
Atrás quedan las mañanas de sueño, las fiestas y la independencia de
la juventud para asumir una gran responsabilidad, sin embargo es difícil que
alguien se lamente por ello, al menos si cultiva en su interior el amor más
grande del mundo, ese que coquetea y armoniza con la complicidad que se genera
entre la madre y su pequeño en el momento de la lactancia. Para ese entonces no
hacen falta las palabras, pues con una tierna mirada todo está dicho y el
agradecimiento es mutuo.